Si quieres que tu familia sea auténticamente multilingüe, necesitas seguir este blog.

Madrugada en Bangkok. Podría estar disfrutando de cualquiera de las infinitas posibilidades que me ofrece la ciudad que nunca duerme. Desgraciadamente, los que nunca dormimos somos mi esposa y yo. Kaila nació hace unos pocos días y, desde el mismo parto, ha mostrado una inclinación hacia el “heavy metal”; sus alaridos rozan fácilmente las octavas chirriantes (y las novenas) de Brian Johnson (cantante de AC/DC).
¿Qué metalero que se precie no ha soñado con asistir a un concierto en el que se fundan “melódicamente” las voces de Axl Rose (Guns&Roses) y el bueno de Brian? Así que, sin más dilación, me lanzo con “Sweet Child of Mine”, en modo nana, eso sí. No sé si por respeto entre colegas roqueros o por incredulidad ante mi capacidad de destrucción de un clásico del rock, Brian (Kaila) decide callarse y, poco después, dormirse finalmente en un escenario incomparable en cuanto a cariño del público: mis brazos.

Olvidémonos de ñoñerías paternales (¡no puedo evitarlo cuando se trata de mi Kailita!). La cuestión es que ese momento cambió radicalmente la relación con mis hijos. ¿Era consciente de la barbaridad (etimológicamente: de los extranjeros) que acababa de cometer?
Esa fue la única ocasión en la que un (dulce) hijo mío me escuchó cantando en inglés y la última vez en la que me dirigí a ellos en cualquier otro idioma que no fuera la lengua de Cervantes. ¿Radical? Quizás, pero no hay duda de que funcionó en cuanto al objetivo de que mis hijos alcanzaran el AUTÉNTICO BILINGÜISMO. Sí, con mayúsculas, por si no estaba claro que estaba… con mayúsculas.

Muchísimos padres de familias bilingües piensan que sus hijos, naturalmente, casi por ósmosis, van a convertirse en perfectos políglotas simplemente porque sus padres lo son. Desafortunadamente, caso tras caso, vemos que lo contrario es lo más frecuente: uno de los idiomas es mucho más débil. La ausencia de una estrategia a largo plazo es una receta para el fracaso.
El objetivo de este blog no es juzgar, para eso ya están los jueces, sino ofrecer experiencias que han funcionado con mi familia en busca del objetivo último del auténtico bilingüismo. Cada familia debe ser consciente de sus necesidades, prioridades y contexto. Sinceramente, no veo ningún problema en que una familia considere cierto idioma más importante y se contenten con que sus hijos chapurreen coloquialmente el otro. El problema surge cuando las expectativas son las mismas para ambos idiomas y, sin un plan, nos damos cuenta, demasiado tarde, de que nuestros hijos ni siquiera son capaces de comunicarse con sus progenitores en su lengua materna (o paterna).
Ya para terminar esta introducción, este blog lo podría haber enfocado desde mi conocimiento como profesor de idiomas (más de veinte años en ocho países diferentes) o mi investigación para la tesis de mi máster (familias multilingües); sin embargo, creo que lo más útil es centrarse en las experiencias del día a día de una familia bilingüe: la familia Ferrer Hehl.