Filosofía de educación

Podría ofrecer una filosofía de educación tradicional, pero creo que este texto creativo representa mejor quién soy como educador y, lo más importante, como persona:

Hace algunos años, el instituto (escuela secundaria) de mi ciudad natal celebró su 50 aniversario por medio de un concurso literario de anécdotas. Presenté un escrito breve que quedó entre los finalistas (http://www.bajoaragonesa.org/elagitador/instituto-la-etica). Aunque no gané el nada tentador primer premio (otra tableta pisapapeles), resultó ser una experiencia catártica, casi un viaje en el tiempo, pero de forma inversa. En lugar de mí, el maestro adulto, retrocediendo 30 años en busca de mis recuerdos como estudiante, mi mente demencial decidió traer a ese mismo estudiante (versión a medio desarrollar Sergio 2.0) a mis clases actuales… y mi primera impresión fue que ese estudiante no me gustaba, quiero decir, yo mismo no me gustaba. Era un “buen” estudiante, pero a veces podía resultar insolente, escurridizo e incluso pasivo-agresivo (lo siento, Martín, “su” profesor de Ética). Sin embargo, luego comencé a analizar ese comportamiento y, sinceramente, ¿qué se podía esperar de una escuela pública de los 90 donde los “malos” estudiantes eran los más guays? De repente, este viajero en el tiempo adolescente comenzó a multiplicarse y esas pequeñas criaturas se transformaron en todos mis alumnos por los que era, o había sido, difícil sentir ninguna simpatía. Lejos de ser una pesadilla, se convirtió en una epifanía pedagógica: enseñar a los “buenos” estudiantes es inmensamente gratificante, pero llegar a esos “malos” estudiantes y generar un cambio positivo no tiene precio. Supongo que merecía la pena que los profesores de aquel adolescente indolente invirtieran una pequeña dosis de paciencia y empatía para que finalmente se convirtiera en un adulto responsable… y en un educador.

Afortunadamente, la educación ha ido más allá de las etiquetas de buenos y malos estudiantes y los educadores debemos comprender la importancia de aspectos como las circunstancias personales y el contexto tanto físico como emocional. El conjunto de herramientas de un docente debe estar lleno de empatía, simpatía y eficacia para poder marcar una diferencia en los niños. La excelencia siempre es bienvenida, pero ayudar a los estudiantes a encontrar sus caminos individuales y crecer como personas debería ser el objetivo principal de cualquier organización educativa. Es demasiado fácil centrarse sólo en los “buenos” estudiantes que, independientemente del profesor, probablemente tendrán éxito. En cambio, los educadores vocacionales prosperan cuando se enfrentan a desafíos incluso en entornos como una escuela pública de los suburbios de Charlotte (Carolina del Norte) con 35 adolescentes por clase.

Huelga decir que no estamos hablando de caballeros andantes en una guerra personal, sino de un esfuerzo coordinado de toda la escuela que combine innovación con objetivos claros, colaboración enfocada, una cultura escolar que apoye el conflicto cognitivo y un alto nivel de flexibilidad para adaptarse tanto a lo esperado como a lo inesperado. 

Volviendo al viajero adolescente en el tiempo, solo conseguí que se quedara a una de mis lecciones, pero estoy seguro de que fue capaz de traer al pasado un mensaje de esperanza sobre la educación del futuro, es decir, la educación del presente ( viajar en el tiempo siempre acaba resultando confuso). Tengo una sensación de deja-vu de que hace treinta años escribí lo siguiente: “En el futuro, dobles de antiguas versiones poco desarrolladas crearán una atmósfera agradable donde los estudiantes se sentirán cómodos para expresarse y donde no se sentirán obligados a aprender. Habrá una actitud firme pero justa con relación a la disciplina que asegurará que los estudiantes se sientan respetados y, por lo tanto, más dispuestos a aprender y adoptar una actitud positiva en cualquier ambiente escolar”.

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